Los domingos, Limpieza General. "La Dama que inventó la Noche" (Aireando viejos relatos)


     Al joven Aristarco le perturbaba la noche, no entendía el cambio a ese gris oscuro, casi negro, tan diferente al del día, tan claro y luminoso al que se había acostumbrado y asumía como natural, no así la noche que suponía para él, (consumando curioso) un verdadero quebradero de cabeza.
     Le inquietaban los fenómenos que aunque aparentemente normales, no terminaba de entender y para los que aseguraba habría alguna explicación.

Repasaba diariamente el proceso de oscurecimiento al tiempo que se producía, en una secuencia casi exacta o al menos eso parecía indicarle su particular medición del tiempo, e  intrigado presenciaba el transito pausado que el estado de absoluta claridad daba paso irremediablemente a la más enigmática de las sombras.
     Pensó que algo tendría que ver en esa secuencial forma de manifestarse, por un lado el espacio que habitaba y por otro su relación con esa bola amarilla de visión casi insoportable de cegadora luminosidad, conocía por sus maestros que el nombre del uno y la otra eran: Tierra y Sol.

     Aristarco, todavía no era experto en cálculos matemáticos, ni siquiera pensaba que su aplicación le resolvería el problema, pero algo tendría que ver la distancia entre ambos, su forma, (conocía la del Sol), incluso sus movimientos, si es que estos existían. Ensimismado en estos devaneos astronómicos, le venció una vez más el cansancio y con él, un sueño reparador que más tarde y con la claridad del día le devolvería a sus cábalas de mago aficionado.

     Soñó con una dama, atractiva como no había conocido hasta entonces, rubia platino vestida de azabache y un rostro limpio y reflectante como el agua de los estanques de su natal Samos, envuelta en un halo de estrellas, misteriosa y hechicera le confesó que se llamaba Luna y que era la pieza del rompecabezas que él tan ansiadamente buscaba, el tercer ángulo de ese triángulo rectángulo del que él sólo había dibujado una hipotenusa.

     Despertó todavía en sombras manteniendo aún la revelación en su somnolienta inconsciencia, miró al cielo y allí estaba ella, la Dama, el tercer ángulo que daba origen a los dos catetos. Al instante, en su capacidad para formular, lo supo: “El no era el ombligo del universo, sólo era un planeta girando alrededor del Rey Sol”

Comentarios

  1. Y luego la iglesia se dedicó a quemar en la hoguera a Aristarco y sus idiopensadores...

    Beso, amigo.

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