Los domingos... Limpieza General. (Aireando viejos relatos)


"Día de la Madre"

El tren conocido como “Alcazareño” tenía prevista su llegada a las 21.15. Se le conocía por ese nombre, porque la estación de partida era Alcázar de San Juan en la provincia de Ciudad Real. Su salida era de madrugada y el recorrido por tierras castellano-manchegas, hasta entrar en la provincia levantina era lento, parando en estaciones de segundo orden para recoger viajeros con destino a Albacete y Valencia.

Amparín, regresaba como en otras tantas ocasiones, sentada en un banco de madera corrido y cargada de cajas, bolsas y paquetes, tantas que parecía imposible que ella sola hubiera podido subirlas y distribuirlas por los desnudos anaqueles de aquel incomodo vagón de tercera. Eran tiempos, que, aunque distantes de la posguerra, la precariedad y escasez con la que se vivía obligaba a agudizar el ingenio de la gente para tener una supervivencia digna.

Amparín, trabajaba en La Fábrica de Vidrio, y adquiría lotes de piezas defectuosas, que una vez empaquetadas en cantidad razonable, llevaba a su pueblo donde las cambiaba por uvas, lentejas, huevos, tomates y pimientos, y piezas de tocino procedentes de la última matanza de los marranos de su primo Joaquín. Tenía una extraordinaria capacidad para el sacrificio y el esfuerzo que suponía semejante tarea. Aquí, en su casa, siempre había un sitio para cualquier conocido, familiar o no, que necesitara en una visita ocasional, una cama donde descansar o un plato con el que recuperar fuerzas.



Amparín murió hace años, su cuerpo le cobró intereses por una intensa, esforzada y emocionante vida. Su última mirada, que la fue seguro, no sólo para mí, sino para todas las personas a las que ha querido, fue una mirada seductora y cómplice. Una luz que inundaba en toda su extensión.

Entre aquellos primeros viajes y ese último y definitivo, Amparín vivió con una intensidad propia de las personas que como ella poseían las virtudes y los defectos de ancestrales Reyes: La Templanza, El Equilibrio y La Ecuanimidad, todo ello envuelto en un papel de regalo que fue su propia vida.
Y por no dejar de ser al mismo tiempo, como cualquier Rey, lo mortal y vulnerable que era, sufrió y nos hizo sufrir también, especialmente cuando mi padre murió, porque durante algún tiempo ella murió con Él, y su luz se apagó, y le pudo el drama del que ella tantas vez después saldría airosa, la involuntariedad de quien de pronto sin querer se siente solo. De quien sin pedir se ve obligado a recomponer una situación impensable, no calculada, la ausencia definitiva de tu otro yo, que eres tú y que no acabas de entender.

Por más que lo he intentado, no he sabido encontrar una canción que me identificara o trasladara a algún momento vivido con ella. Por supuesto que le gustaba la música, pero nunca había demostrado preferencia por ninguna en especial.
En el último viaje que hicimos juntos al hospital, sonaban en el coche fragmentos de Rigoletto, le dediqué una de las más bellas arias jamás compuestas. La deje sonar hasta el final, y después de un breve silencio me dijo:
-“No entiendo de Ópera, pero esta canción que has puesto, me ha parecido preciosa”


           





Comentarios

  1. Precioso!!! Jamás en la vida encontraremos ternura mejor, más profunda, más desinteresada ni verdadera que la de una madre.
    Cariños

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  2. Bellísima y tierna remenbranza que da gusto leer y releer:ensancha el corazón.
    Besos

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  3. Mil abrazos para ti y tus bonitos y tiernos recuerdos.

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  4. Tenías una madre bellísima.
    Me ha emocionado tu relato ha sido un merecido y sentido homenaje. Te felicito.

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