Amparín.


El tren conocido popularmente como Alcazareño, tenía prevista su llegaba a la estación término de Valencia a las 21.15, pero siempre llegaba con retraso. Se le conocía por ese apodo porque la estación de partida era la de Alcázar de San Juan, histórica población de la provincia de Ciudad Real. Su salida era de madrugada y el recorrido por tierras castellanas y manchegas, hasta entrar en la provincia levantina era lento, permanentemente interrumpido por la cantidad de estaciones y apeaderos en los que paraba para recoger viajeros con destino a Albacete y Valencia. Regresaba en el Alcazareño como en otras tantas ocasiones, sentada en un banco de madera corrido y cargada de cajas, bolsas y paquetes; en tal cantidad que parecía imposible que ella sola hubiera podido subirlas y redistribuirlas por los desnudos anaqueles del compartimento de aquel incomodo vagón de tercera clase.


Eran tiempos, que aunque algo distantes de la posguerra, la precariedad y escasez con la que vivía el pueblo, obligaba a agudizar la imaginación para mantener en circunstancias de supervivencia normales un nivel de vida lo más digno posible. Trabajaba en La Fábrica de Vidrio, y adquiría lotes de piezas desestimadas por defectuosas, que una vez almacenadas y empaquetadas en cantidad razonable para su traslado, llevaba a los pueblos de Casas de Haro en Cuenca y Minaya en Albacete. Muy próximos entre sí. Ambos eran respectivamente lugares de nacimiento de mis abuelos, y en los que entonces y todavía hoy mantenemos relación con una gran parte de nuestra familia, y era con estas familias con las que Amparín intercambiaba vasos, jarras, y todo tipo de recipientes de cristal por latas de plancha metálica de galletas llenas de lentejas y huevos de las gallinas del corral de Santiago, cajas con racimos de uvas pasas de las viñas de Polonio, tomates y pimientos de la huerta de Consolación y piezas de tocino y chorizos procedentes de la última matanza de los marranos de su primo Joaquín.



Amparín tenía una extraordinaria capacidad para el sacrificio y el esfuerzo que suponía semejante tarea, que le obligaba a viajar en esas difíciles condiciones varias veces al año, pero también era poseedora de una gran sensibilidad para las relaciones personales, lo que hacia que la consideración, el respeto y el cariño que toda esa gente le profesaba, superase lo normalmente entendible para unas relaciones que eran algo mas que el hecho de un necesario y simple intercambio mercantil. En su casa, siempre había un sitio para cualquier conocido, familiar o no, que necesitara en un viaje de transición, una cama donde descansar o un plato con el que recuperar fuerzas, en el destino de la mayoría de los familiares de Minaya o Casas de Haro desplazados a la Capital para cualquier gestión, la estancia durante el tiempo que fuera necesario entre las cuatro pequeñas paredes de su casa, era de deseado cumplimiento.

Amparín murió el pasado Junio, su cuerpo le cobro intereses por una intensa, esforzada y emocionante vida, o quizás es que a Dios se le jubilaron los sabios que habitualmente le acompañan aportándole el ánimo y la luz necesaria, y ha resuelto ficharla para su equipo como si de un As del balón se tratara.

Su ultima mirada, que la fue seguro, no solo para mí, sino para todas las personas a las que ha querido, fue una mirada seductora y cómplice, pero no eran solo sus ojos los que miraban, esa seducción era toda su vida que se asomaba en bloque al exterior y como una luz de arco divergente, inundaba todo lo que era a partir de ella, y con esa complicidad daba por hecho, que compartíamos el conocimiento de que se enfrentaba a este ultimo viaje con la ventaja del jugador que juega a la vez a Negras y Rojas.

Pero, mientras tanto, entre aquellos primeros y continuados viajes y este último y definitivo, mi madre, ha vivido con una intensidad propia de las personas que como ella poseían las virtudes y los defectos de ancestrales Reyes, la Templanza, El Equilibrio y La Ecuanimidad, todo ello envuelto en un papel de regalo que era una Llaneza y Sencillez propia del más cándido y natural de los mortales, y se reconvertían filtrados por esta personalidad en continuas manifestaciones de tolerancia, bondad y comprensión, que todos percibíamos como hilos de luz desprendidos de un gran sol de una fuente luminosa inacabable.

Y por no dejar de ser al mismo tiempo, como cualquier Rey, lo mortal y vulnerable que era, sufrió y nos hizo sufrir también, especialmente cuando mi padre murió, porque durante algún tiempo ella murió con Él, y su luz se apagó, y le pudo el drama del que ella tantas vez después saldría airosa, la involuntariedad de quien de pronto sin quererlo se siente solo, de quien sin pedirlo se ve obligado a recomponer una situación impensable, no calculada, la ausencia definitiva de tu otro yo, que eres tu ti mismo y que no acabas de entender.

Toda esa fuerza moral, de la que tantas veces hizo alarde en sus años de joven viajera mercader, o mas tarde alimentando una actividad casi desenfrenada con mi padre compartiendo incansablemente relaciones amistosas y familiares, acudió a ella unos años después de la irreparable perdida, y en un extraño combinado de fuerza y melancolía, se debatió hasta el pasado Junio.

Por más que lo he intentado, no he sabido encontrar una canción que me identificara o trasladara a algún momento vivido con ella, por supuesto que le gustaba la música, pero nunca había demostrado especial preferencia por un cantante o canción determinada, le gustaba y compartía con agrado lo que les gustaba a los demás. En uno de los últimos traslados que hicimos juntos al hospital, sonaba en el coche algún fragmento de Rigoletto, por un momento pensé dedicarle una de las mas bellas arias jamás escritas y localicé al instante “Car Nome”. Sin hacer comentario alguno la deje sonar hasta el final, y después de un breve silencio me dijo: “hijo, yo no entiendo, pero esta canción que has puesto, me ha gustado mu
cho”


                       

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